Era un muchacho, apenas había alcanzado los veinte años de edad y ya quería unirse a las filas de la milicia local, o a los desarrapados como nos llamaban las tropas imperiales. Estábamos marchando junto al resto del ejército cuando apareció de entre los árboles cercanos gritándome a viva voz.
“Sargento, ¿hay sitio para uno más?”
Sé que debería haberle mandado de vuelta a casa pero, en el fondo, sabía que le necesitábamos, necesitábamos a todo hombre o mujer que pudiera empuñar un arma para intentar detener la rebelion de los traidores que, como un río desbordado, amenazaba con sumir en la oscuridad al planeta y a todo ciudadano imperial que se encontrara en él. Llevábamos ya varios meses de campaña a nuestras espaldas pero si siquiera con los refuerzos que el comandante había recibido habíamos conseguido rechazar a la marea oscura.
Pero la verdad es que el chico animaba al resto de la tropa, encendiendo nuestros abatidos corazones y haciendo la marcha hacia el frente mucho más fácil de soportar con sus continuas bromas y el entusiasmo propio de la juventud.
Con su voz alta y clara solía responder a aquellos que se burlaban de él por su escasa experiencia.
“Seré un buen soldado, ya lo veréis. He visto ya correr la sangre, en casa ayudo a degollar a los cerdos por lo que ver tripas no me afecta y tengo muy buen puntería, soy capaza de acertar a una ardilla a cincuenta metros, ¡incluso cuando anochece! ¡dejadme a mi a los herejes!”
Si aquel chico hubiera visto y hecho lo mismo que yo, si se hubiera visto obligado a hacer lo que yo hice en esta maldita campaña, habría cantado otra canción, pero con su alegría hizo que también nosotros cantáramos. Así es como recuperamos la confianza, así es como salimos con un soldado más para enfrentarnos a los traidores.
A pesar de lo poco que llevaba con nosotros ya se ha convertido en un tipo muy popular, ni siquiera los más veteranos se han reído cuando se ha tropezado y caído en el barro. Le ayudo a levantarse y veo que su rifle no está muy manchado.
“Vamos muchacho, esa no es forma de marchar. Estás desperdiciando energías para la carga de mañana, y va a ser dura…, hace ya tiempo que deberíamos haber entrado en combate y ya no les vamos a sorprender con nuestro ataque. Estarán atrincherados hasta las cejas pero seguro que podemos vencerles, ¿verdad chico?”
El muchacho no responde con palabras pero su cara lo dice todo, me parece que no está preparado para el combate de mañana, me parece que todavía no está preparado para ser soldado.
Aquella noche los chubascos caen intensamente sobre los maltrechos hombres, sus risas se convierten en maldiciones, sus rifles se han vuelto pesados, los macutos les han hecho surcos en los hombros y bajo la infernal lluvia tienen que descansar como mejor pueden. Todo el mundo sabe que hay que acumular fuerzas para la mañana siguiente.
Cuando amanece despierto al chico, su frente estaba empapada en sudor, debía haber tenido una pesadilla durante la noche, era normal, esta iba a ser su primera batalla.
“Aquí tienes tu rifle, le he puesto una bayoneta para que puedas trinchar un poco a esos cabrones.”
El muchacho recoge su rifle y juntos nos dirigimos al frente con el resto de nuestra compañía, todo son risas y ánimos antes de la batalla. Espero que cuando acabe el día no tenga que despedir a muchos amigos. Delante de nosotros se alzan los traidores, una horda de sucia calaña que con su sola presencia pecan contra el Emperador.
“¡Muchacho!, no te alejes de mí y te ayudaré si puedo, ¿de acuerdo?”
Asiente con la cabeza pero no le da tiempo a decir nada; suenan los silbatos, los tenientes gritan órdenes y nosotros cargamos, cargamos a través del campo de batalla gritando y maldiciendo esperando no ser uno de los que no van a volver; nos lanzamos de cabeza sobre ellos creando una gran confusión, pero aún así no aparto la vista del chico, el orgullo y la jactancia parece que se han esfumado, no era como matar animales en casa, ahora eran hombres matando hombres.
De repente siento como si me hubieran golpeado con un hacha en el hombro, me han dado en el hombro y el chico lo ve y siente miedo; caigo al suelo del dolor, incapaz de levantar mi brazo pero él sigue luchando, no por ansia de sangre, sino para seguir vivo. El primer enemigo que se acerca a él acaba con una bayoneta perforándole la garganta mientras que a nuestro alredor la muerte se amontona en forma de cadáveres. Ya no es como matar cerdos o ardillas, esto es la guerra, la guerra horrible y nauseabunda.
El muchacho aguanta el tipo hasta que las fuerzas finalmente le abandonan, una bayoneta le atraviesa el pecho y cae al suelo teñido de rojo. Tengo que arrastrarme hasta él como puedo y decirle lo que pienso. Las fuerzas del caos están comenzando a retroceder, el sacrificio del chico no ha sido en vano, su sacrificio y el del resto de hombres que yacen fríos e inertes en el campo de batalla.
Le agarro entre mis brazos y le cierro con cuidado sus ojos.
“Tu padre se sentiria orgulloso de ti, duerme bien hijo”.